"Per què busqueu
entre els morts
aquell que viu?
No és aquí. Ha ressuscitat!"
● ¡Amigos! ¡Hermanos!
¡CRISTO HA
RESUCITADO!
La muerte no ha podido con Él.Dios no cierra la boca ante el asesinato, la muerte, del Justo.
● Padre de las misericordias,
te damos gracias y cantamos tus maravillas.
Celebramos la vida de Jesús: su existencia entregada,
su sangre derramada: Él es el sacramento del Amor.
● ¡Cristo ha resucitado! Y nos abre las puertas del Reino.
Y no convoca a la mesa del Amor para que hoy y siempre
seamos siervos de los empobrecidos,
profetas de esperanza, y mensajeros de paz.
● ¡Cristo ha resucitado!
Abrámosle nuestro ser para que, con Él, estemos atentos
a quines sufren y lloran, a quienes se sientan solos,
a quienes se sientan hundidos, y no ven futuro.
● ¡Cristo ha resucitado!
Y nos invita a volver a Galilea. ¡Allí lo encontraremos!
Tendiendo las manos a las víctimas
de unas sociedades injustas, desiguales, fratricidas,
y aportando a nuestro este mundo,
un mensaje real de paz, justicia, y reconciliación.
● ¡Cristo ha resucitado! ¡Otro mundo es posible!
¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!
VIGILIA PASCUAL
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica Vaticana, Sábado Santo 30
de marzo de 2013HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Queridos hermanos y hermanas
1. En el Evangelio de esta noche
luminosa de la Vigilia Pascual, encontramos primero a las mujeres que
van al sepulcro de Jesús, con aromas para ungir su cuerpo (cf. Lc
24,1-3). Van para hacer un gesto de compasión, de afecto, de amor;
un gesto tradicional hacia un ser querido difunto, como hacemos
también nosotros. Habían seguido a Jesús. Lo habían escuchado, se
habían sentido comprendidas en su dignidad, y lo habían acompañado
hasta el final, en el Calvario y en el momento en que fue bajado de
la cruz. Podemos imaginar sus sentimientos cuando van a la tumba: una
cierta tristeza, la pena porque Jesús les había dejado, había
muerto, su historia había terminado. Ahora se volvía a la vida de
antes. Pero en las mujeres permanecía el amor, y es el amor a Jesús
lo que les impulsa a ir al sepulcro. Pero, a este punto, sucede algo
totalmente inesperado, una vez más, que perturba sus corazones,
trastorna sus programas y alterará su vida: ven corrida la piedra
del sepulcro, se acercan, y no encuentran el cuerpo del Señor. Esto
las deja perplejas, dudosas, llenas de preguntas: «¿Qué es lo que
ocurre?», «¿qué sentido tiene todo esto?» (cf. Lc 24,4). ¿Acaso
no nos pasa así también a nosotros cuando ocurre algo
verdaderamente nuevo respecto a lo de todos los días? Nos quedamos
parados, no lo entendemos, no sabemos cómo afrontarlo. A menudo, la
novedad nos da miedo, también la novedad que Dios nos trae, la
novedad que Dios nos pide. Somos como los apóstoles del Evangelio:
muchas veces preferimos mantener nuestras seguridades, pararnos ante
una tumba, pensando en el difunto, que en definitiva sólo vive en el
recuerdo de la historia, como los grandes personajes del pasado.
Tenemos miedo de las sorpresas de Dios. Queridos hermanos y hermanas,
en nuestra vida, tenemos miedo de las sorpresas de Dios. Él nos
sorprende siempre. Dios es así.
Hermanos y hermanas, no nos cerremos a
la novedad que Dios quiere traer a nuestras vidas. ¿Estamos acaso
con frecuencia cansados, decepcionados, tristes; sentimos el peso de
nuestros pecados, pensamos no lo podemos conseguir? No nos encerremos
en nosotros mismos, no perdamos la confianza, nunca nos resignemos:
no hay situaciones que Dios no pueda cambiar, no hay pecado que no
pueda perdonar si nos abrimos a él.
2. Pero volvamos al Evangelio, a las
mujeres, y demos un paso hacia adelante. Encuentran la tumba vacía,
el cuerpo de Jesús no está allí, algo nuevo ha sucedido, pero todo
esto todavía no queda nada claro: suscita interrogantes, causa
perplejidad, pero sin ofrecer una respuesta. Y he aquí dos hombres
con vestidos resplandecientes, que dicen: «¿Por qué buscáis entre
los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado» (Lc 24,5-6).
Lo que era un simple gesto, algo hecho ciertamente por amor – el ir
al sepulcro –, ahora se transforma en acontecimiento, en un evento
que cambia verdaderamente la vida. Ya nada es como antes, no sólo en
la vida de aquellas mujeres, sino también en nuestra vida y en
nuestra historia de la humanidad. Jesús no está muerto, ha
resucitado, es el Viviente. No es simplemente que haya vuelto a
vivir, sino que es la vida misma, porque es el Hijo de Dios, que es
el que vive (cf. Nm 14,21-28; Dt 5,26, Jos 3,10). Jesús ya no es del
pasado, sino que vive en el presente y está proyectado hacia el
futuro, Jesús es el «hoy» eterno de Dios. Así, la novedad de Dios
se presenta ante los ojos de las mujeres, de los discípulos, de
todos nosotros: la victoria sobre el pecado, sobre el mal, sobre la
muerte, sobre todo lo que oprime la vida, y le da un rostro menos
humano. Y este es un mensaje para mí, para ti, querida hermana y
querido hermano. Cuántas veces tenemos necesidad de que el Amor nos
diga: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Los
problemas, las preocupaciones de la vida cotidiana tienden a que nos
encerremos en nosotros mismos, en la tristeza, en la amargura..., y
es ahí donde está la muerte. No busquemos ahí a Aquel que vive.
Acepta entonces que Jesús Resucitado entre en tu vida, acógelo como
amigo, con confianza: ¡Él es la vida! Si hasta ahora has estado
lejos de él, da un pequeño paso: te acogerá con los brazos
abiertos. Si eres indiferente, acepta arriesgar: no quedarás
decepcionado. Si te parece difícil seguirlo, no tengas miedo, confía
en él, ten la seguridad de que él está cerca de ti, está contigo,
y te dará la paz que buscas y la fuerza para vivir como él quiere.
3. Hay un último y simple elemento que
quisiera subrayar en el Evangelio de esta luminosa Vigilia Pascual.
Las mujeres se encuentran con la novedad de Dios: Jesús ha
resucitado, es el Viviente. Pero ante la tumba vacía y los dos
hombres con vestidos resplandecientes, su primera reacción es de
temor: estaban «con las caras mirando al suelo» – observa san
Lucas –, no tenían ni siquiera valor para mirar. Pero al escuchar
el anuncio de la Resurrección, la reciben con fe. Y los dos hombres
con vestidos resplandecientes introducen un verbo fundamental:
Recordad. «Recordad cómo os habló estando todavía en Galilea... Y
recordaron sus palabras» (Lc 24,6.8). Esto es la invitación a hacer
memoria del encuentro con Jesús, de sus palabras, sus gestos, su
vida; este recordar con amor la experiencia con el Maestro, es lo que
hace que las mujeres superen todo temor y que lleven la proclamación
de la Resurrección a los Apóstoles y a todos los otros (cf. Lc
24,9). Hacer memoria de lo que Dios ha hecho por mí, por nosotros,
hacer memoria del camino recorrido; y esto abre el corazón de par en
par a la esperanza para el futuro. Aprendamos a hacer memoria de lo
que Dios ha hecho en nuestras vidas.
En esta Noche de luz, invocando la
intercesión de la Virgen María, que guardaba todos estas cosas en
su corazón (cf. Lc 2,19.51), pidamos al Señor que nos haga
partícipes de su resurrección: nos abra a su novedad que trasforma,
a las sorpresas de Dios, tan bellas; que nos haga hombres y mujeres
capaces de hacer memoria de lo que él hace en nuestra historia
personal y la del mundo; que nos haga capaces de sentirlo como el
Viviente, vivo y actuando en medio de nosotros; que nos enseñe cada
día, queridos hermanos y hermanas, a no buscar entre los muertos a
Aquel que vive. Amén.
MÉS FOTOGRAFIES: https://picasaweb.google.com/MdD.Salut.BDN/VetllaPasqualIDiumengeDeResurreccio2013?authkey=Gv1sRgCKPYv7PCmfzfJQ#
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